Hasta hace unos años, habíamos dado por supuesto que el trabajo es el espacio de la racionalidad, la reflexión, el conocimiento y la profesionalidad. Sin embargo, somos inevitablemente seres emocionales, nuestro entorno nos afecta emocionalmente y, a la inversa, nuestras emociones influyen sobre los demás y sobre la manera en que percibimos la realidad que nos rodea y, en consecuencia, la manera en que hacemos frente a todas nuestras actividades, incluido el trabajo. Recientes investigaciones muestran hasta qué punto es importante tomar conciencia de ello e iniciar un proceso de identificación y gestión eficaz de las emociones para ser más competentes a todos los niveles. Por supuesto, también en el terreno laboral. De la ira a la euforia, cada día nos enfrentamos a diferentes y numerosas emociones, propias y ajenas, ante las cuales en ocasiones no sabemos cómo reaccionar. A veces, ni siquiera nos plantemos cómo hacerlo, simplemente la reacción surge de manera espontánea antes de dar tiempo a la reflexión.
Las emociones son respuestas del organismo a estímulos externos o internos que provocan cambios psicológicos (en el estado de ánimo) o fisiológicos (sudoración, aumento del ritmo cardiaco…). En lo referente a su repercusión sobre nuestra capacidad laboral, las emociones y el equilibrio o desequilibrio emocional determinan nuestro nivel de rendimiento, cómo nos relacionamos con nuestros compañeros, superiores o subordinados, cómo nos comunicamos, nos comportamos y cuán eficaces somos en el trabajo o en la empresa.
Por ello, empieza a estar comúnmente aceptado que es necesario utilizar las emociones (las propias y las de los demás) de forma eficaz e inteligente, para que trabajen en nuestro beneficio, ya sea en nuestras relaciones interpersonales, en nuestra vida familiar y social, o en nuestro entorno laboral. Y, en el caso de los líderes, para que promuevan en nuestros equipos humanos compromiso, corresponsabilidad, alineación con los valores corporativos, etc.
Los directores de Recursos Humanos empiezan también a darse cuenta de que, en tanto que gestores de personas, deben ser también gestores de emociones. De ahí la necesidad de aprender a manejar una cuestión a la que nunca anteriormente habíamos tomado en consideración como materia formativa, ni en la educación formal ni en las escuelas de negocios, cursos de liderazgo u otros.
No basta con poseer un coeficiente intelectual alto y grandes habilidades técnicas; un control emocional adecuado nos hace más estables, más empáticos, más proclives al trabajo en equipo y, en última instancia, más eficientes.
Uno de los primeros en resaltar la importancia de una correcta identificación y gestión de las emociones fue el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, autor del famosísimo libro de 1995 Inteligencia emocional. La publicación resultó un éxito de ventas y un punto de inflexión en la concepción de la inteligencia. Goleman describe como “inteligencia emocional” la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos, tanto propios como ajenos.
Tras la estela de Goleman, una de sus discípulas, Linda Lantieri, ha puesto en funcionamiento Collaborative for Academic, Social and Emotional Learning (CASEL), una institución que promueve el desarrollo de la inteligencia emocional desde la educación infantil contemplada desde cinco vertientes: la toma de consciencia de uno mismo, la conciencia social, el manejo de las emociones, las habilidades de relación y la toma de decisiones responsables. En España, la Fundación Punset ha importado el modelo CASEL (en español llamado Aprendizaje Social y Emocional, A.S.E.) y pretende impulsar estos conocimientos en los ámbitos escolar, laboral, corporativo y social para proporcionar a las personas “herramientas para afrontar conflictos y situaciones adversas, acentuar la empatía y la comprensión de los demás y, en último término, favorecer que construyamos un mundo más justo, pacífico, productivo y sostenible”.
martes, 27 de marzo de 2012
La necesaria formación en gestión de las emociones
13:33
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